¿Para qué ser una empresa innovadora?
Se pueden esgrimir un buen número de razones para defender las bondades de la innovación, que van desde la necesaria vigilancia de la competitividad, al hecho evidente de dejarnos llevar por el efecto moda (si todos hablan de ello, nosotros también…).
Pero argumentar los pros y contras no resulta tan sencillo y, aún en el caso de ganar los aspectos positivos, no despertaremos una buena mañana gritando: ¡Ya somos innovadores!, sino que será imprescindible invertir en tiempo y recursos de todo tipo si queremos alcanzar este objetivo.
Por si os lo estáis preguntando, la respuesta es NO. No podremos asegurarnos el retorno del ROI inmediato por muchas proyecciones previas que hayamos realizado.
Entonces, si tan difícil y costoso es el empeño, ¿para qué molestarse en ser innovador?
Si partimos de la premisa de que todo es mejorable por definición, y si estamos de acuerdo en que nuestros clientes, equipos o proveedores esperan de nosotros un avance continuo, la innovación debería ser, querámoslo o no, un producto básico de nuestra dieta estratégica, y se llama renovarse o morir.
¿Qué significa ser innovadores?
En primer lugar repasemos su etimología.
La palabra innovar deriva del latín, innovāre, y encontramos dos acepciones en la definición de la Real Academia Española:
- acción de mudar o alterar algo introduciendo novedades
- ejercicio de volver algo a su anterior estado (considerado como antiguo)
La primera se corresponde con el uso generalmente aceptado, hoy en día, para este término. Pero, ¿qué pasa con el segundo alcance?, ¿hemos olvidado que innovar también significa volver a lo básico?.
Regresar al origen de las cosas puede resultar la mayor de las innovaciones. Motivar nuestro trabajo sobre el pilar de los acuerdos con nuestros clientes, aunque estos se remonten muchos años en el tiempo. En definitiva, regresar cada día al espíritu, a las razones y los motivos que nos pusieron en camino.
El ejercicio de un desempeño innovador nos conduce a reconocer la importancia de preguntarse a menudo acerca de todo.
¿Qué esperan nuestros clientes? ¿Sofisticación y sorpresa, o quizás encontrarse la mesa del despacho, o el aula, como ellos mismos lo habrían hecho?
¿Repensamos nuestra organización y nuestro modelo de negocio, de manera habitual, por razones de salubridad empresarial y dando prioridad al progreso constante?
¿Tenemos el compromiso de construir una cultura empresarial que incentive la pasión por hacer las cosas mejor, más eficientes y más productivas?
A veces, tras las preguntas, nos encontramos que la respuesta tiene mucho que ver con todo lo bueno que hemos hecho hasta el momento y, aunque pueda parecer pasado de moda, si a nuestros clientes, que son nuestra razón de ser, les acomoda, a nosotros también.
Cuestionando regularmente nuestro trabajo averiguaremos si es el momento idóneo para innovar, y en qué área.
Parece, pues, que innovar puede resultar provechoso y, también, que no siempre significa reinventarse, a veces sólo requiere recuperar nuestro camino.
Regresando a nuestro refranero: Las cosas bien hechas bien parecen.
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Interesante entrada….y además cierta al 100%.
encantado de seguiros….